Severn
Cullis-Suzuki
Severn Cullis-Suzuki
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Nacimiento
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Nacionalidad
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Canadiense
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Ocupación
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Bióloga, ecóloga, activista
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Padres
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Tara Elizabeth Cullis y David Suzuki
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Severn Cullis-Suzuki (30 de noviembre de 1979, Vancouver, Canadá): bióloga, ecóloga
y activista ambiental. Sus padres fueron David Suzuki, un
conocido científico genetista y también activista por el medio ambiente, y la
escritora Tara Elizabeth Cullis. Severn ha hablado en todo el mundo sobre
problemas de medio ambiente, instando a definir valores y a actuar respetando
el futuro, y afianzando la responsabilidad individual.
Biografía
Severn Cullis-Suzuki nació y se crió en Vancouver, Canadá. A los
diez años (mientras asistía a la escuela primaria) fundó la Organización
Infantil del Medio Ambiente (Environmental Children's Organization - ECO), un
grupo de niños dedicados a enseñar a otros jóvenes diversos temas sobre medio
ambiente. En 1992, a la edad de 13 años, Suzuki-Cullis recaudó dinero con los
miembros de la ECO para asistir a la Cumbre de Medio Ambiente y Desarrollo "The Earth Summit", celebrada por la ONU en Río de Janeiro. Junto
con los miembros del grupo (Michelle Quigg, Vanessa Suttie y Morgan Geisler),
Cullis-Suzuki presentó en dicha conferencia, ante los representantes de la ONU,
un discurso conteniendo cuestiones ambientales desde la perspectiva de los
jóvenes, donde luego de su lectura por ella misma fue aplaudida. En 1993 fue
reconocida en el Programa
de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente “Global 500 Roll of Honour”. En 1993, Doubleday publicó su libro Decirle al mundo, 32 páginas de
medidas ambientales para las familias. En 2001 se graduó en la Universidad
de Yale con una
Licenciatura en Ecología y Biología Evolutiva. En 2003 se inscribió en un curso
de postgrado en la Universidad de Victoria para estudiar Etnobotánica con Nancy Turner.
El Discurso
Este es el discurso traducido al castellano:
Hola, soy
Severn Suzuki y represento a ECO (Environmental Children's Organization). Somos
un grupo de niños de 12 y 13 años de Canadá intentando lograr un cambio:
Vanessa Suttie, Morgan Geisler, Michelle Quigg y yo. Recaudamos nosotros mismos
el dinero para venir aquí, a cinco mil millas, para decirles a ustedes,
adultos, que deben cambiar su forma de actuar. Al venir aquí hoy, no tengo
segundas intenciones. Lucho por mi futuro.
Perder mi futuro no es como
perder unas elecciones o unos puntos en el mercado de valores. Estoy aquí para
hablar en nombre de todas las generaciones por venir. Estoy aquí para hablar en
defensa de los niños hambrientos del mundo cuyos lloros siguen sin oírse. Estoy
aquí para hablar por los incontables animales que mueren en este planeta porque
no les queda ningún lugar adonde ir. No podemos soportar no ser oídos.
Tengo miedo de tomar el sol
debido a los agujeros en la capa de ozono. Tengo miedo de respirar el aire
porque no sé qué sustancias químicas hay en él. Solía ir a pescar en Vancouver,
mi hogar, con mi padre, hasta que hace unos años encontramos un pez con cáncer.
Y ahora oímos que los animales y las plantas se extinguen cada día, y
desaparecen para siempre.
Durante mi vida, he soñado con
ver las grandes manadas de animales salvajes y las junglas y bosques repletos
de pájaros y mariposas, pero ahora me pregunto si existirán siquiera para que
mis hijos los vean.
¿Tuvieron que preguntarse ustedes
estas cosas cuando tenían mi edad?
Todo esto ocurre ante nuestros
ojos, y seguimos actuando como si tuviéramos todo el tiempo que quisiéramos y
todas las soluciones. Soy sólo una niña y no tengo soluciones, pero quiero que
se den cuenta: ustedes tampoco las tienen.
No saben cómo arreglar los
agujeros en nuestra capa de ozono. No saben cómo devolver los salmones a aguas
no contaminadas. No saben cómo resucitar un animal extinto. Y no pueden
recuperar los bosques que antes crecían donde ahora hay desiertos.
Si no saben cómo arreglarlo, por
favor, dejen de estropearlo.
Aquí, ustedes son seguramente
delegados de gobiernos, gente de negocios, organizadores, reporteros o
políticos, pero en realidad son madres y padres, hermanas y hermanos, tías y
tíos, y todos ustedes son hijos.
Aún soy sólo una niña, y sé que
todos somos parte de una familia formada por cinco mil millones de miembros,
treinta millones de especies, y todos compartimos el mismo aire, agua y tierra.
Las fronteras y los gobiernos nunca cambiarán eso.
Aún soy sólo una niña, y sé que
todos estamos juntos en esto, y debemos actuar como un único mundo tras un
único objetivo.
Aunque estoy enfadada, no estoy
ciega, y, aunque tengo miedo, no me asusta decirle al mundo cómo me siento.
En mi país derrochamos tanto…
Compramos y desechamos, compramos y desechamos, y aún así, los países del Norte
no comparten con los necesitados. Incluso teniendo más que suficiente, tenemos
miedo de perder nuestras riquezas si las compartimos.
En Canadá vivimos una vida
privilegiada, plena de comida, agua y protección. Tenemos relojes, bicicletas,
ordenadores y televisión.
Hace dos días, aquí en Brasil,
nos sorprendimos cuando pasamos algún tiempo con unos niños que viven en la
calle. Y uno de ellos nos dijo: “Desearía ser rico, y si lo fuera, daría a
todos los niños de la calle comida, ropa, medicinas, un hogar, amor y afecto”.
Si un niño de la calle que no
tiene nada está deseoso de compartir, ¿por qué nosotros, que lo tenemos todo,
somos tan codiciosos?
No puedo dejar de pensar que esos
niños tienen mi edad, que el lugar donde naces marca una diferencia tremenda.
Yo podría ser uno de esos niños que viven en las favelas de Río; podría ser un
niño muriéndose de hambre en Somalia; un niño víctima de la guerra en Oriente
Medio, o un mendigo en la India.
Aún soy sólo una niña, y sé que
si todo el dinero que se gasta en guerras se utilizara para acabar con la
pobreza y buscar soluciones medioambientales, la Tierra sería un lugar
maravilloso.
En la escuela, incluso en el
jardín de infancia, nos enseñan a comportarnos en el mundo. Ustedes nos enseñan
a no pelear con otros, a arreglar las cosas, a respetarnos, a enmendar nuestras
acciones, a no herir a otras criaturas, a compartir y a no ser codiciosos.
Entonces, ¿por qué fuera de casa
se dedican a hacer las cosas que nos dicen que no hagamos?
No olviden por qué asisten a
estas conferencias: lo hacen porque nosotros somos sus hijos. Están decidiendo
el tipo de mundo en el que creceremos. Los padres deberían poder confortar a
sus hijos diciendo: “todo va a salir bien”, “esto no es el fin del mundo” y “lo
estamos haciendo lo mejor que podemos”.
Pero no creo que puedan decirnos
eso nunca más. ¿Estamos siquiera en su lista de prioridades? Mi padre siempre
dice: “Eres lo que haces, no lo que dices”.
Bueno, lo que ustedes hacen me
hace llorar por las noches. Ustedes, adultos, dicen que nos quieren. Los
desafío: por favor, hagan que sus acciones reflejen sus palabras.
Gracias.
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